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Toc Trastorno Obsesivo Compulsivo

Nino

Por la mañana, Manu ya no estaba en casa. Era consciente de que se había ido, pero aún así, me incorporé para buscarlo con la mirada aunque solo obtuve como respuesta un vacío que ya no me era habitual. ¿Estaba realmente sola una vez más? Volví a recostarme con la esperanza de que pasar unos minutos más en cama me aliviaría un poco la cabeza, que no paraba de dame vueltas producto de la borrachera de la noche anterior. A mi lado, la almohada mediana y blanca, la preferida de Manu, me recordaba que el hombre al que amaba ya no estaba a mi lado.

—¿Manu? —llamé.

Y he de reconocer que jamás fue tan triste pronunciar su nombre en voz alta. Y sí, sabía que nadie respondería, pero fue peor comprobarlo. Manu, mi Manu, siempre acudía a mi llamado, sin importar lo concentrado que estuviera, porque Manu siempre estaba. Y aunque estaba segura de que Manu jamás se iría por su propia voluntad, también me parecía justo que lo hiciera, pues aunque deseaba pensar que había sido una discusión común y corriente y que el día avanzaría con normalidad, sabiendo que por la tarde nos disculparíamos para volver a dormir entrelazados, repitiéndonos lo mucho que nos amábamos y lo felices que éramos el uno con el otro, estaba consciente de que todo lo que teníamos había acabado.

Manu no volvió aquel día, ni el siguiente.

El día tres desde que él salió de casa y tras volver de la universidad, cargada de libros y melancolía, me encontré con la puerta de mi departamento abierta. Mi corazón recobró la vida en un segundo, dándome la fuerza necesaria para correr hasta ahí segura de que Manu estaría una vez más esperándome en su lugar de siempre, sonriente o molesto, daba igual. Lo importante es que estaríamos frente a frente, y que luego de abrazarnos como tanto deseaba, podría decirle lo difícil que había sido pasar dos noches sin él, que por favor me perdonara, pues no volviera a echarlo de la casa. Manu me respondería que fuera un poco más paciente, que me amaba y que juntos podríamos encontrar la forma de convivir con la rutinaria vida que él necesitaba para funcionar. Estaba segura de que sería así, por lo que el último trecho que me separaba de sus brazos lo avancé con paso lento, sintiendo en cada latido de mi corazón lo emocionada que estaba.

Sin embargo, no era Manu quien esperaba por mí.

Una absurda ráfaga de realidad golpeó mi vida al ver a Tomás empacar las pertenencias de su hermano en las mismas tres cajas con las que había llegado. Mi cuerpo se hizo añicos de dolor, impidiéndome avanzar más allá del umbral de la puerta desde donde comencé a comprender todo lo que había sucedido, no porque me costara creerlo, sino porque me costaba aceptarlo. Siempre me jacté de que las lágrimas no eran mis aliadas, sin embargo, esa tarde decidí dejarlas correr en libertad para no detenerlas en mucho tiempo, porque aunque no dejaba de culparme por lo ocurrido, y a pesar incluso de que deseaba con todo el alma llamarlo y pedirle que volviera, que olvidáramos todo y me enseñara a convivir con él, la triste y cruel realidad, era que ya no era capaz de aguantarlo más. Lo adoraba, pero me sentía enjaulada junto a Manu.

—¿Cómo está? —pregunté, al mismo tiempo que me desplomaba sollozando en el sofá desde donde observaba a Manu pintar.

—Parece que igual que tú —contestó Tomás, deteniéndose para abrazarme y tratar de entender lo que ocurría.

Con absoluta delicadeza se ubicó a mi lado sin soltarme, intuyendo el dolor que sentía y procurando no destruirme con sus palabras.

—¿Qué pasó Nino?

Sabía que debía responder esa pregunta, que tenía que verbalizar en voz alta mi responsabilidad y lo que ello significaba, y por sobretodo, disculparme. Respiré profundo en incontables ocasiones, hasta que las lágrimas me permitieron unos minutos de calma para poder hablar.

—Lo siento Tomy. Lo abandoné, todo es mi culpa...—sollocé.

Era una traidora. No existía otro calificativo para mí. Una traidora egoísta y malvada.

—Nino, ¿lo amas?

—Con mi vida —aseguré.

Y no mentía.

—¿Entonces? No entiendo esto.

—Amarlo no es suficiente...

Eran esas las palabras que más temía pronunciar. Estaba destrozada. Confirmar que el amor que profesaba era tan débil y barato que no era capaz de aceptar a Manu como era, se sentía como una puñalada al estómago. Tomás guardó silencio, entendiendo a la perfección lo que acababa de decir.

Esa noche, entre el sentimiento de derrota y el ahogo, recordé a Manu diciéndome que era feliz, y a Tomás contándome el incidente de su hermano tras su peor época. ¿Y si todo se repetía? ¿y si mi egoísmo provocaba una catástrofe como aquella? No, eso no podría resistirlo, y no tan solo por la culpa, si no que la sola imagen de mi mundo sin él habitándolo me parecía insoportable e irreal. ¿Tal vez habría preferido no conocerlo con tal de no saberme responsable del sufrimiento de Manu? ¿habría sido mejor mantenerme alejada con tal de evitar el sufrimiento que yo misma me provocaba?

Agobiada por la angustia, hice lo único que podía:

Manu, eres lo más importante que tengo, pero no pude conservarte. No quiero vivir en un mundo sin ti, pero no quiero vivir contigo. ¿Soy una mala persona?" —escribí.

Me dormí entre lágrimas al entrar la madrugada, con más alcohol en el cuerpo del que me era habitual, para despertar aún un poco ebria pasado el mediodía, con la respuesta de Manu aguardando en el teléfono sobre la almohada:

Quiero vivir contigo, pero no quiero que vivas conmigo. ¿Soy una mala persona?

Así fue como acabó mi vida junto a él y la realidad a la que ambos temíamos en silencio, se hizo presente, mucho antes de lo que deseábamos. Ambos sabíamos que no sería fácil. Yo no solo estaba al tanto, sino que también había sido advertida. Aunque sin duda, lo más desgarrador, era saber que incluso Manu esperaba paciente el final, observando con ternura desde sus miedos como todo avanzaba hacia el abismo.

Yo no me merecía a Manu.

Ese mismo día volví a casa de mis padres, casi sin equipaje y sin la necesidad de explicar lo que ocurría. Mi madre me abrazo por horas, con mi padre observando en silencio frente a nosotras.

Estuvo un mes y diez días junto a ellos. Solo fui capaz de regresar cuando dije en voz alta, que Manu y yo, nos habíamos separado.

**********************************

Manu

Era de madrugada cuando salí de aquel departamento que en algún momento me hizo feliz. La tristeza nubló por completo mi razón, y sin pensar en nada, me deje llevar por el movimiento inconsciente de mis pies, sin siquiera analizar la forma en que a esa hora llegaría a la casa de mi madre. De pronto, me encontré en la mitad del puente que separaba mi dulce vida con Nino de la patética realidad que me esperaba. Podría haber acabo con todo en ese instante, pero el dolor que cada paso me provocaba, de alguna forma me recordaba que había sido real, aun cuando la oscuridad comenzaba a cernirse sobre mis sentidos.

En casa de mi madre, me recibió un silencio abrumador que me impedía poner en práctica cualquiera de mis técnicas de autocontrol. No me servía contar, no me servía respirar, no me servía visualizar el rostro de Nino, ni sus ojos, ni sus labios, ni sus dientes... Abrí la puerta con la desesperación amenazando con invadirme por completo y destruirme sin piedad. Mamá escuchó las llaves, los pasos, mi respiración agitada y de seguro hasta las lágrimas que caían al piso con frenesí. Corriendo, llegó hasta el primer piso para quedarse inmóvil frente a mí, adivinándolo todo, tratando de contener sus ganas de gritar: ¡te lo dije! ¡te advertí que no saldría bien!

—¿Qué pasó? —murmuró.

Su voz temblaba de pánico. Una vez más, mi sola existencia hacia sufrir a mi madre. Tardé unos segundos en responder, tratando de disimular la decepción que evidenciaban mis palabras.

—Se acabó —contesté.

Mi cuerpo temblaba por completo. Estaba a minutos de perder el control.

—Yo... estaré arriba —agregué.

Mamá intentó detenerme cogiendo uno de mis brazos, pero solo consiguió aumentar mi nerviosismo y que la repeliera como tantas veces hice antes. El círculo vicioso de la angustia comenzaba.

—Ahora no. Estaré arriba —bramé, librándome de su agarre.

Subí a tropiezos la escalera y me encerré en mi habitación que parecía esperarme triunfante. Todo estaba igual al día en que salí de allí. Lo único que faltaba, eran las cosas que Nino tenía.

Estaba solo. Solo una vez más, y a cada segundo, la sensación de vacío se hacía más grande. Lo único que me quedaba por hacer era quedarme ahí y esperar algo, lo que fuera que me devolviera mi vida, esa vida que había renacido con Nino, esa vida que adoraba, esa vida que me había hecho creer que era un hombre como todos.

Los temblores empeoraron, caí al suelo asustado, y lo cierto es que sabía muy bien a qué temía.

El miedo a mí mismo había vuelto.

La derrota, la vergüenza, la desilusión, el vacío, el desamor, todo... Nino ya no me quería. Nino ya no me necesitaba. Nino, Nino, Nino, Nino...

Intenté levantarme, llegar a la cama, pero mis ojos se nublaron y mis recuerdos desaparecieron.

—¡Manu! ¡Hermano, abre! ¡Manu!

Oí gritar a Tomás. Oí los llantos. Y me desvanecí.

Cuando desperté, en algún momento de la madrugada o del día, no lo supe, mi hermano me tenía entre sus brazos, mi madre rezaba de rodillas junto a mí, y los tres llorábamos sin consuelo por lo que acaba de ocurrir.

Deseé hablarles, pero mi voz no salía de mi garganta. Deseé responder el abrazo desesperado de Tomás, pero mi cuerpo no respondía a mis órdenes. Esa fue una crisis horrible, de las peores que tuve, en la que con la misma intensidad que deseaba calmarlos, deseaba morir. Pasé así tres días enteros, sin comer, apenas bebiendo algo de agua, incapaz de levantarme, porque, ¿a qué me levantaría? ¿qué podría hacer? Si Nino ya no estaba a mi lado para abrazarme, para tocarme, para hablarme... ni siquiera para verla. Mi dolor se volvía insoportable y sin ella, ya no había nada para mí. La conocida sensación de que ya no existía diferencia entre respirar o no, reaparecía. De pronto ya no tenía una vida que anhelaba vivir, porque ya no tenía nada.

Fue ahí cuando mi celular anunció que tenía un nuevo mensaje:

Eres lo más importante que tengo, pero no pude conservarte. No quiero vivir en un mundo sin ti, pero no quiero vivir contigo. ¿Soy una mala persona?

Una racha de alegría cruzó mi corazón.

¿Cómo hacía Nino para poder leer mis pensamientos? ¿cómo sabía Nino que en el fondo deseaba ser salvado por ella?

—Porque nos amamos —murmuré, entre lágrimas.

Y esa respuesta que tanto anhelaba me mantuvo a flote.

Nos amábamos. Lo hicimos tanto como pudimos y supimos amar, pero eso no había sido suficiente. De seguro si hubiésemos nacido en un mundo sin preocupaciones ella me habría aceptado. Pero no era así. Habíamos nacido en este mundo, y yo no estaba hecho para este lugar. No encajaba, ni lo haría nunca.

Me incorporé con dificultas, pero lo hice. Poco a poco traté de controlar mi respiración y mis temblores comenzaron a bajar. En el fondo, estaba agradecido con Nino, por hacerme feliz, por regalarme sus besos, sus manos, su cuerpo. Presionarla a quedarse era injusto. Ella era libre, así la había conocido. Ella libre y yo una cárcel.

Teníamos que separarnos, o ya no habría rastro de quiénes éramos realmente.

—Tenemos que hacerlo —me repetí—. Por Nino.

Quiero vivir contigo, pero no quiero que vivas conmigo... ¿Soy una mala persona? respondí.

Envié el mensaje pensando en mi suerte de mierda, y luego en sus ojos y sus ropas de colores. Yo no deseaba vivir y buscar la felicidad. Yo solo deseaba vivir para recordarla, para repasar nuestros días juntos y el amor que ambos nos teníamos, aunque este no hubiese sido suficiente para mantenernos juntos.

Nino ya no estaba a mi lado, pero me sentía salvado una vez más.

Pasaron los días, las semanas y los meses, pero solo conseguí ponerme de pie y comenzar a pintar la misma mañana en que frente a la venta, murmuré:

—Nino y yo nos separamos.


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