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Toc Trastorno Obsesivo Compulsivo

Manu

El día en que me ofrecieron montar la exposición, mi respuesta fue inmediata. No hubo ningún atisbo de duda al momento de aceptar, y ni siquiera fue necesario que lo consultara con mi terapeuta, pues no solo se trataba de uno de mis grandes sueños, sino que también estaba seguro de que Nino al menos se enteraría, y si tenía algo más de suerte, iría a verme, solo por curiosidad, y tal vez podríamos sonreírnos un instante, hablar, o solo saludarnos. Aunque lo cierto es que para mí bastaba solo con verla, o lo que es peor, habría sido feliz solo con la certeza de que ambos escucháramos nuestros nombres, incluso si fuesen dichos por otra persona. Manu y Nino en una oración era justo lo que necesitaba para sentirme alegre, así de sencillo era amarla. De alguna forma la exposición revivía en mí la esperanza de volver a ver Nino y sus ojos fuera de mi cabeza, pues hacía ya muchos años que la imagen en mis dibujos ya no era suficiente.

Mi preparación para la galería pudo haberse convertido en un martirio para mí, considerando lo estresante que solía tornarse el enfrentarme a una situación tan ansiada como esa. Sin embargo, mi objetivo estaba claro desde que descubrí aquello que apaciguaba mi angustia mejor que cualquier terapia, y gracias a ello, a diferencia de otros artistas, no necesité pintar nada nuevo, porque mi taller estaba abarrotado de los más bellos retratos y paisajes que alguien pudiese imaginar. Y la verdad, no era solo mi técnica limpia y perfeccionada gracias a mi excesivo trabajo —y no es que no exista humildad en mis palabras—, sino por el alma y el sentimiento que impregnaba en cada una de mis obras. En mis pinturas volqué, día a día, mis recuerdos, por lo que las telas que adornaban mi espacio albergaban toda la felicidad que sentí, todo el amor que fui capaz de concbeir y la hermosura de saber que perteneces a algo, a alguien, y que ese alguien es tu único hogar. ¿Puede algo así no ser perfecto y bello?

La tarde en que finalmente preparé la galería para la exposición, un curioso e incómodo silencio se expandió a medida que los cuadros comenzaron a salir entre quienes ayudaban a montar. Los funcionarios se miraban unos a otros, sorprendidos y acongojados por lo que veían. Si bien intentaban disimular, podía sentir sin mayor esfuerzo la lástima con que evitaban observarme, y sí, estaba acostumbrado a que el mundo me viera con esos ojos, pero sentía también un enorme deseo de explicarles que aquello no era triste, sino una última esperanza que reflejaba nada más que amor. Pero además, ¿cómo podía hacerles sentir mal una sonrisa como la de Nino? ¿no se iluminaba su corazón solo con verla?

Las imágenes una a una poblaron las paredes, siguiendo con cuidado las instrucciones que les brindé. Nadie hizo muchas preguntas, en gran medida porque estaban al tanto de mi naturaleza reservada, salvo los periodistas, que no fueron igual de condescendientes conmigo y mi historia, y que por supuesto, no establecieron ningún tipo de límite al momento de realizar la conferencia de prensa, el mismo día de la inauguración. Las preguntas se aglutinaban entre ellas antes de hacer eco en mis sentidos abarrotados de información, en especial al tratarse por completo de preguntas sobre Nino: "¿Es ella tu novia? ¿qué significa esa mujer para ti? ¿qué representa su presencia en las pinturas", pero la más despiadada fue sin duda la que emanó de los labios de un reportero local, experto en sacar la mejor noticia en donde fuera que estuviera, sin que importara si alguien resulta herido en el proceso:

—Manuel, cuéntanos. ¿es esa chica es real?

Me mantuve en silencio, con mis recuerdos y mi dolor agolpándose en todo mi cuerpo. Respiré profundo. Sí, sabía que era ilógico imaginar a una mujer como ella amándome. Pero lo había hecho. Nino había sido real, por supuesto que lo era, pues la soledad de vivir sin ella era un recordatorio perfecto de que había existido más allá de mi imaginación, y el dolor que seguía provocándome el haberla perdido no era más que una herida abierta con la pura intención de mantenerme vivo para sanarla. Nino me había amado, y ese no era el momento de fallar. Con la dignidad que aprendí a fingir alcé la vista y sonreí para contestar:

—Valoro mucho a quienes son capaces de distinguir por completo la realidad de la fantasía. Yo no soy capaz de hacerlo. Si pudiera separar lo que mi mente crea de aquello que es concreto, no sería pintor.

Con eso, la conferencia acabó, y casi corrí para esconderme en el despacho de la gerencia que estaba reservado para mí. Estaba tan nervioso que necesitaba controlarme con urgencia. Mis manos temblaron levemente. Tomé un vaso de agua y cogí uno de los folletos que promocionaban mi obra, con una pintura de Nino en primera plana.

—Nadie preguntó por tu TOC —preguntó Clara.

La observé, y sonreí feliz de tenerla a mi lado. Todo sería tan distinto sin ella. Le debía tanto.

—Supongo que a nadie le importa —contesté.

Clara caminó junto a mí para arrebatarme el folleto de las manos.

—¿O tal vez no lo entienden? —agregó.

Volvimos a sonreír. La esperanza comenzaba a aflorar una vez más.

—O no lo creen —concluí.

Ella me dio un pequeño abrazo y volví la vista sobre aquella pintura. Solo un minuto más junto a los ojos de Nino y estaría listo para regresar al salón.

Salimos juntos del despacho y me alisté para mi prueba de fuego. La galería estaba llena, había gente por todas partes, y mi madre saludaba orgullosa a los periodistas, aprovechando de responder breves entrevistas para algunos medios regionales. Mi padre no apareció, aun cuando fue invitado, pero ya no era importante. Todos se veían tan contentos en aquel lugar. Mi hermano y mamá notaron que estaba allí y con rapidez tomaron ubicación a ambos lados para protegerme, impidiendo que el deseo de las personas de hablarme o saludarme, provocara que mi paciencia se saliera de control. Así, como un equipo organizado e indestructible, avanzamos entre la gente para saludar a algunas autoridades y luego reunirnos con nuestro preciado grupo de amigos.

Me abrazaron mucho mientras hablaban sin respetar sus turnos, riendo animados y recordando nuestros años de juventud, siempre tratando de ignorar la desesperada forma en que mis ojos la buscaban entre los asistentes.

Hasta que el murmullo se extendió y Clara dio con ella:

—Manu, esa mujer, es... ¿Nino? —preguntó, apuntándola con su dedo.

Mi estómago se retorció con fuerza y mi pecho dolió como hace mucho no lo hacía. La vi abriéndose paso entre la multitud para salir del lugar. Escapaba de mí, de sus rostros en las paredes y de todo aquello que deseaba expresarle. Sabía que la angustia estaba a segundos de ganar, deseé con toda el alma correr tras ella, pero me contuve mientras Clara con firmeza cogía mi brazo para comenzar a presionarlo imitando el vaivén de la respiración que lograba calmar en algo la crisis que amenazaba con salir. Esa vez, esa única vez, tenía que lograrlo. Tenía que ser capaz de responder ante más personas. Tenía que ser capaz de hacerlo bien. Tenía que demostrar que era un adulto. Uno sano.

Una sonrisa triste emergió en mis labios, y Nino solo se fue, frente a mí.

Hubo silencio entre quienes me rodeaban, y poco a poco fingimos normalidad, hasta que el primer día de exposición acabó, y aunque exhausto, me encontré bien. Todos comenzaron a volver a sus casas, mientras mamá y los muchachos se preparaban para celebrar la gran inauguración de la galería del artista de la familia. Fue ahí cuando Clara se me acercó y acarició uno de mis brazos con suavidad.

—¿Vamos? —preguntó. Y mi cuerpo se quedó petrificado—. ¿Irás?

Sabía que debía hacerlo, pero no estaba seguro de que pudiese tener la capacidad de soportarlo.

—Iré —contesté.

Clara sonrió con orgullo y se ofreció a llevarme, dejándolo con un fuerte abrazo en la entrada del edificio donde aún vivía Nino, y dónde alguna vez dejé estancada mi vida.

Frente a la puerta cerrada, en medio de la vereda, caminaba de lado a lado, nervioso. Y no era para menos, pues tras cuatro años sin ella, casi había perdido mi capacidad de encontrar consuelo en la mirada alegre y hermosa de Nino. Pero además, ¿qué le diría? ¿De qué forma me presentaría ante ella? Podría decirle que había recordado cada día su voz perfecta y que sus canciones eran mi música predilecta y, que por todo ese tiempo, dibujar su sonrisa se volvió mi pasatiempo preferido, aunque ello fuera una mentira, pues pintaba su sonrisa desde el primer día en que la vi, luchando por zafarse de los brazos de mi hermano. Esa noche, esa caótica noche en que disfruté el silencio de mi mente por primera vez en años. Aquella noche que cambió mi vida.

Los recuerdos me hicieron temblar, y el temblor nubló mis ojos. Pero ese no era momento de hacerlo, no debía hacerlo. No podía temblar. Nino no podía verme así, porque tenía que lograr que se diera cuenta de los esfuerzos que había hecho todo ese tiempo por mejorar, con la esperanza de que jamás se sintiera atrapada de nuevo.

De pronto me quedé inmóvil, y una horrible idea cruzó por mi cabeza.

Momento. Hay algo que jamás pensé. ¿Y si ella tiene alguien? Oh, no, no, no, soy un idiota. Es tan obvio. Ella es alegre, divertida, inteligente. ¿Y si la ha escuchado cantar? Oh, no, no, no, no. Si la ha escuchado cantar él jamás la abandonará.

Mis manos comenzaban a descontrolarse, y Clara no estaba ahí para apoyarme. Estaba solo. Solo, solo, solo, de nuevo. Respiré, respiré, respiré.

Bien. Sólo tengo que volver. Ella de seguro rehízo su vida y no deseo interponerme en su felicidad. Es muy fácil, solo tengo que dar la vuelta y...

—¿Qué estás haciendo aquí?

La voz de Nino atravesó mi cuerpo como un puñal. Levanté la vista y noté la sorpresa con que ella me observaba. Quise sonreír, pero estaba congelado por el miedo. Nino, mi amada Nino, estaba ahí, frente a mis ojos, desaliñada como siempre, y hermosa. Tan hermosa, que el cansancio en su rostro podría haber pasado inadvertido para quien no la conociera. Nino, la única en mi vida capaz de hacerme sentir tan fuerte y tan vulnerable al mismo tiempo, estaba ahí, a dos metros de distancia.

Dos metros que me parecían un abismo imposible de atravesar.

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